jueves, septiembre 10, 2009

Fragmento pre-otoñal

No lo sé, querido. Será que soy muy joven aún para tener certeza alguna.

Me baso en lo que siento, en la sacudida interior que ocurre cuando recuerdo…

Me jacto de tener una teoría, lo grito a los cuatro vientos, segura y convencida; tengo una prueba, señores, pero la encuentran abriendo mis entrañas, entren a mi ser y podrán ser espectadores del sentimiento que he apuñalado incontables veces, y que revive como zombie sediento e implacable; un sentimiento muerto viviente que reaparece con mayor ímpetu y verdad.

Y acá estoy, una tarde lluviosa dilucidando acontecimientos y pensamientos que pasan como relámpagos ensordecedores que terminan cayendo en algún rincón de mi mente. Y me dejan aturdida, mi realidad se torna brumosa y difusa y la tarde nublada contribuye a delinear la escena sombría, víspera de Octubre.

Y sí, las horas han pasado ─ con una rapidez mortal y desconcertante ─ y personas, ilusiones y alegría han circulado por aquí dejando su parte de historia, y al desprender una hoja más del calendario me encuentro con que ya ha pasado casi un año desde que nos encontramos… o reencontramos, sea cual sea el caso.

La oscuridad de la tarde pre- otoñal me lo susurra, la iluminación sombría del crepúsculo atrae recuerdos extraviados, o en todo caso, recuerdos censurados por salud mental: Todo está intacto.
El año se acerca a su fin, y el lazo que contenía toda esa serie de recuerdos relaja su presión y salen disparados para confirmar que prevalecen a pesar de todo.

¿Cuál es el paso a seguir? Se me vienen un sinfín de ideas mientras le doy un sorbo a mi café humeante, escuchando la lluvia golpear la ventana.


“Tal vez…” . “No, mejor no”


Cada opción es analizada y me reprendo por haber abierto la caja de Pandora nuevamente. Sus fantasmas bailotean por la habitación al ritmo de música suave que refuerza el dramatismo y proyectan sin reparo ni prudencia los clips sucintos de escenas bizarras que jamás debieron ocurrir. Jamás. ¿No?

Y sí, podríamos fingir que nunca pasó, que nunca terminamos sentados en una banquita hablando de “Marichuy”, del tirano maligno y monstruoso del Sr. Hughes, de lobos, de la cabeza de león de la casa enorme y de las novelas que ve tu abuela. Podríamos. O no.

No me agrada dejarle esas cosas al destino, podría cruzarme de brazos y respetar la promesa. Mi mente (siempre objetiva) apoya mi teoría encajando pedazos de sucesos convenciéndome de que tienen relieves perfectos, que fueron (son) necesarios para darle forma y un desenlace perfecto al rompecabezas. Y al final, lo descubriré con asombro y mis ojos se llenarán de lágrimas al hacer una retrospección y contemplar que cada evento tuvo sentido. Final feliz, de esos novelescos.

Podría, podría, podría.

Bah, esta tarde no quiero pensar en nada. Prefiero continuar con mi lectura mientras escucho llover.

viernes, septiembre 04, 2009

Sueños.

El cotidiano paisaje, el día, la calle. Todo normal. Un vecino aparece y rodea mis hombros con su brazo mientras lanza carcajadas socarronas . Entonces él aparece. El exterior se vuelve difuso, desaparece, escucho su invitación y acepto sonriendo.

Tacones, vestimenta rara. Tengo que correr porque se hace tarde. El día se ha nublado.

Sigo corriendo. Llego a una iglesia... un funeral. Gente en el exterior, un féretro en medio de la turba. Alzo mi cabeza y alcanzo a ver una playera blanca y un cuerpo. Es su playera... Ha muerto. Me alejo y él aparece durante un segundo; fugaz, rutilante, transparente; visible para mí, únicamente. Desaparece. Y me doy cuenta que no está más, que nunca volverá. Nunca. Tristeza desesperante, siento dolor real por la pérdida. No puedo soportalo.

Cambio de personaje. Escenifico a un espectador que siente pena y aflicción, mas no el mismo dolor que el yo principal.

Y ella (mi segundo personaje) ha sido la elegida.

Él quiere comunicarse con ella. Tira papeles, deja notas, se manifiesta por medio de objetos. Quiere comunicarle que está ahí, que me lo haga saber: siempre estará ahí.

Lo siento... no puedo verlo pero lo siento. Está en la misma habitación que yo, él está ahí... Dios, pero no puedo escucharlo ni sentirlo, ni verlo... ¡Estamos en un mismo sitio y no puedo! Un ser étereo y un mortal. ¿De qué sirve? No puedo platicarle no tomarlo de la mano. Qué desesperación. No veré sus ojos más que en una fotografía. No charlaremos, no escucharé su voz.

Nunca.

Nunca.

Abro los ojos. Me encuentro aturdida y con un nudo en la garganta. Me doy cuenta que no hay habitación ni iglesia ni nada. Estoy en mi cama, no sé qué día es ni tengo recuerdos recientes. He despertado pero conservo las sensaciones intensas. El dolor desesperante me ha perseguido hasta la realidad. Siento ganas de llorar, en medio del silencio de la noche proyecto las imágenes oníricas. De haber permanecido un segundo más dormida hubiera despertado con lágrimas rodando por mi almohada.
Me incorporo para despejarme, camino en medio de la oscuridad hacia la ventana y me doy cuenta que falta muy poco para que amanecezca, algunas ventanas lucen iluminadas.
Un nuevo día ha comenzado.

 
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