miércoles, octubre 14, 2009

Angustias.

Y cómo demonios voy a saber.

A los 7 años me escabullía en los salones después de clases para dibujar en el pizarrón y le decía a mi mamá que sería maestra para poder escribir en el pizarrón siempre. Pero, vamos, tenía 6 años y la inteligencia de una hormiga. Qué iba yo a saber.

Un par de años después decidí que sería veterinaria para cuidar animales y estar en contacto con ellos, mi madre nunca había querido comprarme un perrito, ni un hámster ni nada; siendo veterinaria sanaría mi trauma infantiloide. Y todos felices.

¿Animales? Ok, todavía estaba muy chica para tener pensamientos coherentes. De un día para otro le agarré gusto a la química. Me jactaba de decir que sería Química Farmacéutica sin saber ni de qué demonios estaba hablando. Agarraba botellitas y las llenaba con agua de colores; quería que me compraran los juegos de química de "Mi Alegría" (jaja) y hojeaba libros de Química.

A veces lo olvidaba y le decía a mi madre que quería crear una revista y escribía artículos y pensaba en mis patrocinadores. En las noches lluviosas escribía cuentos de terror para mi revista, con una redacción precaria y una ortografía que los dejaría ciegos.

A los 10 años entré en una terrible disyuntiva… gracias a los X Files y a Dana Scully descubrí que quería ser doctora… A mis compañeros y maestros les decía con orgullo que sería médico forense y sus rostros se descomponían, me veían como si estuvieran frente a un zombie sin ojos. Hasta improvisé un kit médico, con curitas, gasas y Redoxón. Iba a ser una flamante doctora. Mis amigos me lo decían cuando me veían en una bata blaca: “tienes cara de doctora”. Conocedores.

Pero… pero… ¿y la química?

Cuando entré a la secundaria me estrellé contra una pared de plomo. Mi profesora de química/física era una petisa con cara de ratón enojado y nariz de conejo; sus clases eran soporíferas, en su puño agitaba compulsivamente de arriba para abajo pedazos de gises mientras parloteaba y destruía mi amor por la química, y lo peor: me odiaba. Nunca supe la razón. Recuerdo que una vez entré al salón agitando un examen entre las manos y se abalanzó para preguntarme la calificación. “Diez”, exclamé con una sonrisa triunfadora; la ratona torció la boca, frunció el ceño y esbozó una sonrisa fingida. Me alejé con una satisfacción inmensa. Tómala petisa.

Quieren que me cuelgue una etiqueta para siempre, es válido que esté perdida; es válido que me defina como un ser que flota en el limbo sin dirección. En estos momentos mi cerebro es una maraña de recuerdos y visiones futuras. Y se me ocurren disparates, voy de un extremo a otro. Pánico.

Ya sé, ya sé, para ustedes es una pavada, una fruslería idiota. Para mí no.

Tal vez haga algo así como un retiro espiritual y me aleje de mis aparatos y de la gente; tal vez me vaya a un cerro y me rape y medite las 24 hrs del día hasta alcanzar la iluminación.

Hasta entonces ¿alguien tiene un Tafil que me regale?…¿un té de pasiflora?, ¿algo?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta cómo escribes.

Si te interesa escribir en conocida revista, pues, nada, me dices. Y ya.

Palita de Pan dijo...

Me halaga tu comentario, en verdad muchas gracias.
Claro que me interesa, me encantaría.

¡Saludos!

Adjani dijo...

Por curiosidad, ahorita estás estudiando química?
A mi me pasó eso d andar decidiendo entr varias carreras hasta q creo q estoy en la correcta puesto q me siento tranquila en ella. Saludos.

Palita de Pan dijo...

Al final decidí entrar a Comunicación. Ni una ni otra, jejeje.
¡Saludos!

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Una locura más por Palita de Pan

 
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